Un día tranquilo en la aldea llegó un hada llamada Lizy, le dijo hola a todos y se fue directa a la pista de patinaje. A Dalia eso le sorprendió, pero quizá sólo le había llamado la atención.
Por la noche, como siempre, Dalia salio a volar y vio las luces de la iglesia encendidas. Bajó, abrió la puerta pudiendo observar a casi toda la población de Frío de Janeiro y, de repente, una voz repipi resonó en todo el edificio.
- Hola, Dalia, cariño, ¿me haces el favor de ir a por Luna?
Dalia subió al cielo, fue a por Luna y volvió con ella.
- Oh, ahora que estáis "todos" aquí, podemos empezar. Bien, he estado observando vuestra aldea y he pensado unos cambios para que se vea mucho mejor- dijo ella con la misma voz.- Los primeros pasos serían: tirar la pista de patinaje, pintar la casa de Dalia y vender las calabazas de Calabacín.
- ¿Mi pista?, olvídate- dijo Luna.
- No pintarás mi casa ni de broma- continuó Dalia.
- Yo estoy a gusto con mis calabazas- dijo Calabacín.
- Bueno, bueno... vale, podemos hacer otras cosas... -dijo el hada.
- Yo tengo una sugerencia- dijo Calabacín.
- ¿Cuál?- preguntó el hada.
- Chicos, poneos estos trajes antirradiación- dijo Calabacín.
- ¿Y para mí no hay?- preguntó el hada.
- Sí, el tuyo es especial. Si me das las manos te lo pongo -dijo Calabacín y empezó a recitar un conjuro- ¡Calabaza, calabaza, pata de cabra, lleva a este hada a su isla malvada!
De repente el hada se esfumó y empezaron a caer calabazas del cielo.
De esta forma tan extraña Calabacín salvó el día.
Saray.
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